Por qué es tan importante el peluche favorito de tu hijo.

Es muy común que los niños pequeños se chupen los dedos, se aferren a un muñeco de peluche o repitan una melodía de manera constante. Como padres de familia, estas situaciones nos llaman la atención y a veces nos dan gracia y otras veces nos llegan a irritar un poco. A continuación les comparto la importancia de estos objetos o fenómenos en el desarrollo emocional de sus hijos y algunos tips de cómo manejarlos de manera saludable.
Empezando por el principio. Cuando los bebés son recién nacidos requieren, para sobrevivir, que la madre o algún sustituto esté cerca para satisfacer todas sus necesidades, tanto físicas como emocionales. En un primer momento, los bebés no cuentan con una mente que les permita tolerar la espera y sólo a partir de repetidas experiencias amorosas y asertivas en la satisfacción de sus necesidades es que sientan las bases de ésta. De manera instintiva, la madre sabe que un recién nacido requiere atención casi inmediata y aunque sea media noche se levanta rápidamente para aliviar su molestia. La repetición de lo anterior ocasiona que el bebé empiece a generar dentro de él una ilusión de que existe una realidad exterior que corresponde a su propia necesidad; en esta ilusión él crea mágicamente la realidad que lo satisface. Para explicarme mejor, podría decirse que el bebé está convencido de que él crea el pecho que lo alimenta en el instante que lo necesita. Pero esto no puede ni debe durar mucho. Conforme pasan los meses, la madre empieza a frustrar de manera natural y paulatina al pequeño, comenzando el proceso de la desilusión. El bebé, ahora con una mente en desarrollo, empieza a tolerar más la espera y el displacer sabiendo que, por experiencias anteriores, la frustración es temporal y él tiene la capacidad de sobrevivir a ésta. Asimismo, se empieza a apoyar en su recién adquirida actividad mental para “autosatisfacerse mentalmente” y tolerar. Lo anterior sólo es posible gracias a esta nueva área “de ilusión” en su mente.
Entonces, para estar en lo mismo, esta zona de la ilusión, cimiento de la actividad mental, es necesaria para el inicio de toda relación entre el niño y el mundo exterior y se da sólo gracias a un buen maternaje. A esta zona, intermedia entre la subjetividad y la objetividad, entre lo interior y lo exterior, se le conoce como “espacio transicional” y es gracias al desarrollo de este espacio que el niño puede empezar a relacionarse de manera simbólica con su entorno. Esa almohada que no deja, la frazadita que chupa o el peluche sin el que no puede conciliar el sueño, es su primer “creación o posesión simbólica” dentro de este espacio de la ilusión. Ese objeto lo creo él con su omnipotencia infantil pero a la vez es parte de ese exterior con el que está aprendiendo a relacionarse. Este primer objeto simboliza en su mente su capacidad para sobrevivir, es decir, simboliza a su madre y es por eso que mientras termina de desarrollarse su mente, muchas veces cobra más importancia que la madre misma.
Gracias a la cotidianidad con este objeto es que los niños pasan del dominio omnipotente y mágico de la infancia a la manipulación muscular, a la coordinación y al establecimiento de la prueba de realidad. Así de importante es. Estos objetos y fenómenos transicionales se pueden instaurar a los cuatro, seis, ocho o doce meses y perdurar a lo largo de la niñez.
Ya sabiendo el por qué son tan importantes estos objetos o fenómenos en nuestros hijos, hay que tener en cuenta sus características:
Primero que nada, el niño debe elegirlos, nadie puede imponérselos. Recuerden que son su primera creación y su elección debe ser espontánea y personal.
Deben de subsistir a su amor y a su odio por lo que los ponen en constante prueba de sobrevivencia y posterior reparación. Se enojan y tratan de romperlos u olvidarlos, los avientan desde grandes alturas y hasta podrían tratar de cortarlos o triturarlos. Pero estos objetos no sólo resisten las agresiones sino que también son aptos de ser rehabilitados; les hagan lo que les hagan nunca dejan de aceptarlos y amarlos.
Deben ser suaves, darles la sensación de calidez, de movimiento y hasta de tener una vida propia. Recuerden que este primer símbolo, prototipo de todos los subsecuentes, representa a la madre y entre más asertivo, vital y amoroso se incorpore a la mente, más saludable será.
De alguna u otra manera el pequeño se debe sentir salvaguardado por éste. Por ejemplo, el chupón hace que el niño se sienta satisfecho en cuanto a la alimentación, tal vez la cobijita cubra sus necesidades de contacto y la melodía de una canción de cuna lo haga sentir seguro y acompañado al intentar dormir en medio de la obscuridad.
Generalmente es uno y es difícilmente sustituible. Por eso es importante que los padres respeten este objeto, lo cuiden, lo salvaguarden y le den el lugar que amerita en el desarrollo mental de sus hijos.
Debe tener continuidad en su mente, es decir, el niño debe estar al tanto de cada cambio que sufra el objeto para que no deje de hacerle sentido y se complique el desarrollo psíquico que está en proceso. Es por esto que los padres no deben de lavar, reparar, cambiar o si quiera perfumar los “objetos transicionales” de sus hijos ya que si lo hacen, éstos dejan de ser el mismo objeto para ellos.
No debe haber duelo por este objeto, debe de ir quedando paulatinamente en el olvido. Esta es la manera saludable de integrar esta “zona transicional” a la mente de manera satisfactoria y funcional. Por lo tanto es indispensable que los padres respeten los tiempos en desarrollo de sus hijos y no traten de adelantar o propiciar de manera poco empática la despedida de éstos.
Si al leer este artículo no les viene a la mente ningún objeto concreto con el que esté tan encariñado su hijo como para funcionar como “objeto transicional”, tal vez les haga sentido pensar que ciertas conductas pueden cumplir el mismo propósito en su desarrollo. Jugar con la saliva, balbucear para dormirse, acariciar, abrazar, chupar o realizar sonidos mientras se acunan ciertas posesiones también son parte de los fenómenos que se dan dentro de este espacio transicional.
Tal vez para este momento ya coincidimos en que el objeto y/o los fenómenos transicionales son los precursores del simbolismo y van más allá de un mero capricho de nuestros niños. El uso de este objeto es lo que les permite transitar de lo totalmente subjetivo a lo objetivo, dando cabida, entre muchos otros, a los procesos cognitivos de diferenciación y semejanza.
Son tan importantes que posteriormente ya no habrá un objeto como tal en sus vidas pero sólo gracias a ellos quedará en su mente esa zona intermedia gracias a la cual podrán acceder al juego, a la creatividad, al arte, al aprendizaje, a la espiritualidad y a la cultura.
Cuando por alguna razón, atribuible a los padres o a la circunstancias de vida de un niño, se imposibilita o complica el uso cotidiano y libre de estos objetos o fenómenos, se obstruye el desarrollo emocional con complejas consecuencias como la limitación en la capacidad de simbolización lo que ocasiona, entre muchas otras cosas, una delicada intolerancia a la separación manifestándose en alguna de las siguientes sintomatologías: adicción, fetichismo, consumismo, tendencia a la actuación, búsqueda de satisfacción inmediata, dificultad para estar a solas, mitomanía y/o rapacidad.
Para terminar me gustaría destacar la importancia que tiene una cercana y empática relación madre-hijo inaugural en el desarrollo de esta capacidad intelectual y la trascendencia de este primer objeto/fenómeno/símbolo en la instauración de un espacio en la mente del cual depende gran parte de una vida emocional saludable y funcional. #PadresEstrella #PadresConscientes #Padresqueseinforman #Padresquehacenladiferencia #Noesfácilperoesposible

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